29 de marzo de 2024

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Los espejitos de colores de Monsanto

Así como alguna vez los colonizadores engañaron a los pueblos originarios con falsas promesas de bienestar, la multinacional de los agronegocios Monsanto intenta persuadirnos hoy de los supuestos beneficios que implicaría la instalación en una planta semillera en Córdoba. Veamos cuán ciertos son sus argumentos:

Empresas como Monsanto ayudan a combatir el hambre en el mundo. Falso. Argentina, por ejemplo, produce alimentos para 400 millones de personas, es decir, nueve veces más de lo requiere su población. Por lo tanto, el hambre se combate redistribuyendo la riqueza, no incrementando las ganancias de unos pocos.

La biotecnología incrementa la producción global de alimentos. En debate. Si bien la llamada “revolución verde” aumentó la producción por hectárea de algunos cultivos, la producción global está decayendo, producto del agotamiento de los recursos naturales y las externalidades ambientales. Incluso, análisis recientes demuestran que la agricultura europea, sin transgénicos y menos agrotóxicos, produce más kilos por hectárea que la agricultura americana.

La agricultura no es viable sin agroquímicos. Falso. Desde que el ser humano comenzó a producir sus alimentos, lo hizo respetando los procesos y ciclos naturales. Cualquier productor con tradición campesina en nuestro país sabe que todo lo que necesita para producir alimentos es sol, buena tierra y trabajo. A pesar de ello, hoy la mayoría de los agricultores, en vez de realizar un manejo integrado de plagas, están entrampados en un modelo de producción que les impide sembrar otra cosa que no sea cultivos transgénicos, con uso indiscriminado de agroquímicos. No obstante, aún hay cientos de miles de campesinos en el mundo que siguen produciendo cultivos nativos en forma agroecológica, alimentando a millones de personas en forma saludable.

Los agroquímicos no son venenos. Falso. Todos son tóxicos en diversas escalas; la historia reciente nos muestra que la gran mayoría de los que eran vendidos como inocuos terminaron siendo altamente contaminantes y destructivos, como el agente naranja y el endosulfán, y, para el caso del glifosato, las evidencias científicas respecto de sus efectos nocivos sobre la salud y el ambiente son abrumadoras.

La producción del maíz transgénico de Monsanto es buena para preservar la tierra. Falso. La promoción de monocultivos transgénicos dependientes de los agroquímicos ha hecho que el uso de estos se multiplicara. Así, los suelos pierden toda su vida biológica y se convierten en esqueletos inertes, incapaces de producir vida sin la aplicación masiva de fertilizantes que alteran los ciclos biogeoquímicos del planeta.

El maíz transgénico de Monsanto ayuda a reducir el efecto invernadero, por la producción de biocombustibles. Falso. En la mayoría de los casos, el proceso de producción de biocombustibles es negativo en términos de liberación de gases de efecto invernadero. Por otra parte, algo que las compañías de los agronegocios no mencionan es que los biocombustibles liberan compuestos químicos que pueden ser tanto o más nocivos en la atmósfera que el efecto que produce el dióxido de carbono.

Los transgénicos no producen efectos colaterales en la salud y en el ambiente. En debate. Existen evidencias de que los cultivos transgénicos hibridan a las variedades nativas (como pasó con el maíz en México). Cada vez hay más información científica que señala que su consumo trae aparejadas consecuencias en la salud humana, motivo por el que ya fueron prohibidos en buena parte de los países de la Unión Europea.

Podemos ver, de este modo, que los supuestos beneficios que tendría la llegada de Monsanto a Córdoba no son más que espejitos de colores. El único interés real de las compañías de los agronegocios es seguir enriqueciéndose a costa de nuestros recursos naturales y la pérdida de salud de nuestros pueblos.

Lo que estamos viviendo es una nueva forma de colonización, resistida con valentía por los vecinos de Malvinas Argentinas, que no están dispuestos a vender su vida a cambio de falsas promesas.

Vivimos una forma de colonización cultural, que no requiere imponerse a fuerza de violencia y sangre. Sólo necesita contar con gobiernos cómplices, el silencio académico y comunicadores que no informan toda la realidad de los hechos.

*Biólogo de la Universidad Nacional de Córdoba e investigador de Conicet.

Fuente: lavoz.com.ar

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