Fue justo en este momento, cuando nuestros antepasados pasaron de una vida nómada, en la que necesitaban más de 10.000 hectáreas de terreno para mantener a su familia, a una vida sedentaria, en la que tan sólo necesitaban una o dos hectáreas para lo mismo, cuando tuvo lugar el mayor salto que la humanidad ha dado, la revolución neolítica; y todo gracias a la agricultura.
Con la agricultura, el hombre disponía de más tiempo y así nacieron la cultura y la religión. Por eso, “agricultura”, “cultura” y “culto” tiene el mismo origen, la palabra latina cultum que significa “˜cultivar”™ y que tiene su origen en la raíz griega col que quiere decir “˜podar”™, probablemente una de las primeras técnicas agrarias que se desarrollaron.
El huerto que siempre fue fundamental en la sociedad rural y que parecía agonizante debido a la sociedad industrial y tecnológica, parece que resurge ahora como método terapéutico y, lo que nos importa a nosotros ahora, educativo.
El huerto escolar es un recurso educativo cada vez más conocido y utilizado, como tal, es evidente que deben prevalecer los criterios pedagógicos sobre los agrícolas, que todo su planteamiento y tareas han de tener sentido en aras a ayudarnos en nuestra actividad docente. No se trata sin más de una parcela en la que cultivamos tomates y lechugas, sino que debemos entenderlo como un espacio dentro del Centro en el cual vamos a abordar una serie de contenidos encaminados a desarrollar las capacidades de nuestros alumnos.
Con la herramienta huerto vamos a poder trabajar, por ejemplo, la lateralidad, la orientación espacio-temporal, la motricidad fina, la exploración con los sentidos, podemos plantearnos preguntas y desarrollar estrategias de investigación, realizar observaciones de seres vivos, interrelacionar conceptos de diversas áreas”¦. También podremos trabajar el lenguaje a través de adivinanzas, refranes; la historia siguiendo la pista al origen de los cultivos y su uso en diferentes culturas; las matemáticas calculando superficies a abonar, cantidades de semillas, pesos recolectados, etc.
Y además de todo esto, podemos prolongar el trabajo en el aula elaborando calendarios, gráficas sobre el tiempo, investigando en internet o en la biblioteca, transformando los frutos obtenidos en mermeladas, tiñendo prendas con algunas de las plantas recogidas, etc.
Con estas y otras actividades desarrollamos la socialización y el trabajo en equipo, organizado, secuencializado y respetando los turnos naturales, favorecemos la valoración del propio esfuerzo y su relación con el aprecio a los productos conseguidos, la importancia de la constancia y el orden, etc.
Trabajando con elementos tan primarios y vitales como la comida, el agua, la tierra y el sol, el huerto escolar nos proporciona el soporte idóneo para que se materialice el espíritu creador del niño y la niña de forma tangible.
Fuente: alaya.es