La humanidad entera ya estaba consternada por la gran guerra, sin embargo lo peor sucedió en agosto de 1945.
En el día 6 de dicho mes cayó sobre la ciudad japonesa de Hiroshima, la primera bomba atómica lanzada por el ejército estadounidense, 260 mil personas de las 400.000 que allí vivían murieron y mas de 160.000 resultaron heridas.
Una segunda bomba atómica lanzada tres días mas tarde (9 de agosto) sobre Nagasaki ante la negativa de Japón a rendirse, provocó 39.000 muertos mas.
Los japoneses recuerdan que súbitamente apareció sobre el cielo de Hiroshima el resplandor de una luz blanquecina rosada, acompañada de una trepidación monstruosa seguida inmediatamente por un viento abrasador que barría cuanto hallaba a su paso.
Muchas personas murieron en el acto, otras yacían retorciéndose en el suelo, clamando en su agonía por el intolerable dolor de las quemaduras.
Quienes lograron escapar milagrosamente de la onda expansiva, murieron a los veinte o treinta días como consecuencia de los mortales rayos gamma.
Otra bomba, esta vez de plutonio caía días mas tarde sobre la población de Nagasaki, ofreciendo el mismo panorama”.
Los efectos catastróficos subsistieron a través del tiempo, generaciones de japoneses debieron soportar malformaciones de nacimiento así como diferentes enfermedades, que provocaron un número no determinado de víctimas que continúan aumentando con el paso de los días y de los años, por los efectos duraderos de la radiactividad.
“The A-bomb Dome”, ruina histórica que aún se conserva, se debe mostrar a las generaciones futuras como símbolo de la paz y como testigo que transporta la historia del horror y de la tragedia.