14 de mayo de 2024

Las enfermedades de los doradores

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Capítulo II – Las enfermedades de los doradores

De las minas y forjas de Vulcano en las que arden y chirrían metales candentes trabajados a martillo, de las fraguas vomitadoras de fuego, emigremos a las urbes donde tampoco faltan obreros martirizados por los metales.

Nadie desconoce el lamentable desmedro que causa el mercurio en la salud de los orífices ocupados generalmente en dorar objetos de plata y bronce.

Le es indispensable amalgamar y después de precipitar mercurio sobre el fuego, no pueden precaverse dando vuelta la cara para evitar la absorción del hálito venenoso y así muy pronto sufren vértigos, se vuelven asmáticos, paralíticos y toman aspecto cadavérico.

Algunos envejecen en el oficio, pero los que no sucumben pronto, caen en un estado tan calamitoso que es de desearles la muerte.

Les tiembla el cuello y las manos, pierden la dentadura, vacilan sus piernas debido al protóxido de plomo, ha escrito Juncker en su “Química Experimental”.

Otro tanto asegura Fernel (1) al tratar las causas ocultas de las cosas: en su libro sobre enfermedades venéreas. Refiere el caso de un desdichado obrero del oro que mientras doraba un muelle dejó penetrar en su organismo vapores de mercurio y quedó atontado y sordomudo.

Forest relata algo parecido de un operario que contrajo parálisis por aspirar descuidadamente humos de mercurio.

En las Actas Médicas de Copenhague figura una correcta observación del Oluf Borch (2) respecto a un alemán dorador de láminas: en cuanto el hombre aspiró involuntariamente, durante su labor, humo de plata viva, sintió vértigos en la cabeza y a la vez fuerte angustia en el pecho.

Agregose palidez mortecina, asfixia y temblores en las extremidades, parecía ya que iba a morir, cuando lo salvó el sudor provocado por varios contravenenos y sobre todo una decocción de raíz de pimpinela. (3)

Opina aquel varón preclaro que los diminutos corpúsculos del mercurio humeante habían ocasionado temblores al atacar los nervios y por haber penetrado además en la masa sanguínea impidieron el movimiento natural de la misma.

Me explayaría con exceso si intentara enumerar aquí todos los casos de esta índole descriptos por los médicos. Suceden con harta frecuencia en las ciudades importantes y más aún en nuestra época, cuando la elegancia y el refinamiento no satisfacen si por su oro no relucen, al extremo que se contemplan asientos de excreción y orinales áureos en palacios de magnates y “cuesta más caro evacuar que beber” como decía otrora Marcial burlándose de nosé quién. (4)

Me tocó examinar últimamente a un joven dorador que murió después de guardar dos meses de cama, por no haberse cuidado de las exhalaciones del mercurio, mostró primero apariencia enfermiza, luego el rostro adquirió palidez amarillenta y cadavérica.

Se le hincharon los ojos, sintió pesada fatiga al respirar, entorpecimiento mental y todo el cuerpo entumecido. Aparecieron en la boca úlceras malolientes de las que goteaba continuamente abundante y oscura sangre.

Murió, sin embargo, sin el menor asomo de temperatura febril. Quedé sorprendido, no alcanzando a comprender por qué tanta podredumbre de humores no elevaba la temperatura.

Cesó mi extrañeza al consultar algunos escritores: cuenta Ballion que un paciente sospechado de haber contraído enfermedad venérea y que sufría a la vez de cuartana, se curó de la última con la untura de mercurio luego de haberse provocado la sialorrea.

Fernel recuerda otra víctima venérea que destilaba por los ojos cerebro líquido (pus), vivió largos años y murió sin escaldamiento pues lo primero que se le hizo fue untarlo con mercurio. (5)

No se afiebró por  consiguiente, de lo que se admira Fernel y lo confiesa con ingenuidad. En la segunda obra sobre causas ocultas de las cosas,  explica en cambio cómo el mercurio reprime la incandescencia febril y atribuye a la influencia narcotizante del metal, que por su misma virtud de calmar dolores y detener hemorragias, reprima el ardor de la bilis y modere inflamaciones,¿oculta acaso el mercurio algún febrífugo?.

Hallaremos quizás un día propiedades febrífugas en el reino mineral, sin invocar misterios como Reviere sino abiertamente y suministrados con generosidad al arte médico, así ofrece la familia vegetal el famoso febrífugo peruano y el medicamento anti-disentérico descubierto últimamente, sobre el que ha publicado un tratado el ilustre Libniz.

Concerniente a este asunto no estaría demás consultar la experiencia, no resulte temeridad recetar purgas mercuriales para fiebres intermitentes, ni tampoco no haya que temer del mercurio dulce empleado como remedio.

El mercurio se asemeja a un caballo indómito cuando lo manejan manos inexpertas, afirma el celebrado Borch, y narra el caso de un distinguido caballero altamente afiebrado al que un charlatán le colocó en la muñeca dos almohadillas llenas de azogue, desapareció el ardor febril pero extinguióse con éste el calor nativo y vital.

Agregaré que son de desconfiar beneficios brindados por enemigo tan pérfido y versátil, y puede decirse a propósito del mercurio de los médicos lo que del suyo expresó el Príncipe de los poetas:

“Atrae pálidas almas al Orco y manda otras a las tristes regiones del Tártaro; da sueño, los quita y las luces apaga con la muerte”.

Volviendo de la avenida del sendero, opino que para enmendar agravios causados por fuerzas mercuriales conviene consultar autores que hayan escrito sobre venenos minerales. Se recomiendan en general ingredientes dotados de virtudes espirituosas, ellos activan la circulación de la sangre y fomentan la transpiración.

Posee el mercurio el inconveniente de provocar entorpecimiento, bien lo demuestran los accidentes citados más arriba debidos a humos de mercurio admitidos por la boca,compruébalo la autopsia al mostrar sangre coagulada en cavidades del corazón como lo vio Avicena (6) en una mona que había bebido plata viva.

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Nuestro Fallopio en su obra sobre metales y fósiles propone limaduras y hojuelas de oro, nada se liga más estrechamente y luego cubre mejor el mercurio que el oro. Martín Lyster (7) en su Práctica de enfermedades venéreas elogia la decocción de guayaco, cuya virtud equivale a la de la pimienta y puede remediar daños causados por las emanaciones venenosas del mercurio, la prefiere además por el sabor.

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En una y otra oportunidad curan excelentemente los antimonios o estibias. Hay que desconfiar de la flebotomía (sangría) suele decirse que es peor que perro y que serpiente. El espíritu y la masa sanguínea precisan impulso y no freno.

Indicamos anteriormente lo manifestado por Kircher en su “Mundo Subterráneo”, que se usaban aun más las caretas de vidrio, pues aislaban de las emanaciones impidiendo su penetración por la cara.

Conviene igualmente el ejercicio que proporciona calor al cuerpo y disfrutar de aposento templado junto a un hermoso fuego. El mercurio siente verdadera adversión al fuego y “para huir de él requieren sus plantas sandalias aladas”.

Admiramos que el mercurio, considerado vulgarmente como único remedio contra los vermes (resulta el más activo que existe para exterminar lombrices intestinales y gusanos de los niños, ya sea suministrado como infusión en agua o hervido y aún mezclado a otros productos) y suceda, por otra parte, que aspirar sus humos por la nariz y la boca perjudique a tal extremo que no se agote y muera tanta gente en tan reducido tiempo como entre los obreros plateros y doradores.

¿Se creerá que sucede porque la violencia del fuego disuelve la contextura del mercurio en tenuísimas partículas sumamente penetrantes, las que a través de la boca y la nariz invaden pulmones, corazón y cerebro? (8)

Siendo así su infusión y decocción podría con mayor facilidad aún entorpecer la sangre y nublar el espíritu, también absorbido poco o mucho por la boca, lo mismo que cualquier alimento, como al querer combatir la obstrucción intestinal, y no provoca entonces ninguno de los percances citados más arriba, es que no ha de hallar en los cuerpos animados calidez que baste para disolverlos y convertirlo en vapor, antes bien, conservando su integridad en buenas condiciones se agite y abra salida con el propio peso desbaratando obstáculos.

Cuenta Ausonio (9) que sirvió de antídoto a un celoso, al que su esposa infiel había propinado veneno, y después, para acelerar la muerte, le hizo tragar plata viva. Igual sucede con el fuego, vencedor de todos los venenos, que a veces vuelve inofensivas las sustancias ponzoñosas y otras excitan y agudiza los venenos.

Refiere Ambrosio Paré (10) que el Papa Clemente VII murió por haber penetrado en su cuerpo el humo de una tea envenenada y declara que juzga “opinión artificial y falsa, perniciosa para quienes se cuidan mal en la vida, la de que el fuego combata y consuma todas las cosas con sus fuerzas purificantes”.

Ante la invasión de una peste no sería tan útil y oportuna medida en bien de la salud pública entregar a las llamas implementos y ajuares de los infectados como enterrarlos profundamente junto con los muertos. Sabemos que los romanos prohibían por la Ley de las XII Tablas cremar cadáveres en el interior de la urbe o a proximidad de moradas ajenas, a fin de que los humos desprendidos no alterasen la pureza del aire. (11)

El fuego por ser tan diverso y estar tan mezclados los cuerpos en que actúa, produce efectos distintos; en ciertas circunstancias concentra y en otras difunde los tóxicos.

También el mercurio constituye otro ejemplo evidente y digno de admiración: permite ser bebido sin gran daño, mientras es sublimado con sales adquiere corrosiva naturaleza que luego aplaca el fuego uniéndose a la fuerza del mercurio, debido a lo cual éste se vuelve dulce; preparado entonces en la forma habitual, no ocupa el último rango entre los medicamentos prescriptos para curar la mucosa y extirpar enfermedades venéreas.

 


 


(1) Jean François Fernel (1497-1558) Llamado “El Galeno moderno”, por sus numerosos escritos. Médico, matemático y astrónomo francés.
(2) Oluf Borch, (1626 – 1690) profesor danés agudo observador y autor de varios libros.
(3) Planta denominada Pimpinella del latín, “pimienta”, por su intenso gusto de la raíz en la lengua: especiado al principio y fuerte después.
(4) Se permite criticar con ironía lo superfluo de la riqueza.
(5) Aquí y en los siguientes párrafos, ya hace referencia a las propiedades curativas que se asignaban en esa época al mercurio.
(6) Avicena (980-1037) Médico y filósofo persa. Sus trabajos abarcaron todos los campos del saber científico y artístico de su tiempo, e influyeron en el pensamiento escolástico de la Europa medieval.
(7) Martin Lyster nació en Buckingham, en el año 1638. Fue médico ordinario de Ana reina de Inglaterra. Tiene varios libros escritos sobre la historia natural.
(8) Se permite dudar sobre las propiedades curativas del mercurio.
(9) Décimo Magno Ausonio (310 – 395) poeta y escritor latino. Su obra se incluye casi toda en la tradición pagana.
(10) Ambroise Paré (1510 – 1592) cirujano francés, considerado el padre de la cirugía moderna. Fue cirujano real de los reyes Enrique II, Francisco II, Carlos IX y Enrique III.
(11) Interesante conocer que ya se tenía en aquella época un concepto ecológico embrionario de lo que hoy diríamos Responsabilidad Social.
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