20 de abril de 2024

La Responsabilidad Social


Pero ocurre que muchas veces, el sentido o significado dado a la palabra no es bien conocido o comprendido y de esto nace una calidad de responsabilidad parcial o, directamente, de irresponsabilidad (según se responda en forma incompleta o indebida, o no se responda por un acto). Quizá, en alguna medida, el sentido de responsabilidad puede no tenerse por diversas circunstancias.

Es obvio que la educación, la cultura adquirida y el estilo de vida marcan todo el comportamiento humano. Pero el sentido de las cosas depende en gran parte del sentido de las palabras que designan a esas cosas. Si no se comprende bien el sentido o el significado de una palabra, mal podrá usarse o realizar la acción que corresponde a esa palabra. Es el caso de responsabilidad. No tener en claro el sentido de la palabra puede llevar, y de hecho lleva, a no ejercer acciones responsables.

La primera preocupación, entonces, es conocer qué sentido y significado tiene el vocablo responsabilidad.

En primera instancia recurrimos a la RAE que define a la responsabilidad como la “calidad de responsable” y responsable es el “obligado a responder de alguna cosa o por alguna persona”. Colateralmente, es responsable “la persona que pone cuidado y atención en lo que hace o decide”. Desde un punto de vista jurídico, responsabilidad es la “capacidad existente en todo sujeto activo de derecho para reconocer y aceptar las consecuencias de un hecho realizado libremente”.

Con todas estas denotaciones, se entiende que, en un juego de interacciones personales o ante sí mismo, la responsabilidad de una capacidad de dar respuestas libre y voluntariamente por un lado y por el otro existe la condición de hacerse cargo pleno de los efectos de la respuesta dada. Más simplemente: la responsabilidad define a la capacidad de responder por las consecuencias de nuestras acciones cualquiera sea la naturaleza de las mismas. Luego, por sus condiciones, la responsabilidad es una forma de obligación social desde un punto de vista ético y moral.

También implica un cumplimiento de esa obligación y una obediencia a la ley natural de la dignidad, respeto y amor hacia sí mismo y hacia los otros. Por otro lado, una persona no sólo debe tener capacidad de dar respuestas libre y voluntariamente sino que, además, deberá poseer capacidad de reconocimiento y capacidad de aceptación por los efectos de la respuesta dada.

De esto surge que en Derecho haya diferentes tipos de responsabilidades en dos fueros judiciales primarios: penal y civil. De ahí en más se debe discernir la responsabilidad de personas, instituciones, etc. También definir en los casos que se debe si hay responsabilidad limitada o ilimitada. Pero, asimismo, en la moral y la ética hay responsabilidades de las respuestas dadas como acciones o conductas o actitudes.

Luego, toda responsabilidad en lo relativo a nuestra mismidad y a la ajenidad o projimidad, siempre tiene aspectos morales y éticos y una proyección social. Siempre se debe responder “a” y “ante” algo o alguien. No se puede desprender la responsabilidad de la moral y del amor al prójimo y a nosotros mismos.

Hay que saber conocer y respetar la responsabilidad ante mí y la responsabilidad por el otro. De ahí la patente necesidad de contar con una buena conciencia y un buen sentimiento aplicado para asumir la “responsabilidad por el otro”

Debo prepararme para actuar en equipo y no en soledad. En la sociedad ningún hombre es una isla (John Donne). Y si logro mis propósitos y triunfo en la sociedad, mi responsabilidad es compartir con los desvalidos los pocos o muchos bienes materiales y espirituales que obtuve con mi esfuerzo, recordando que siempre alguien (Dios u otros hombres) alguna vez me ayudó a escalar algún tipo de peldaño social.

Quien mejor define la responsabilidad social es Sinay cuando afirma: “La responsabilidad es un atributo de los seres humanos. Como tales, contamos con la conciencia acerca de nuestras acciones y no podemos omitir que, siempre, lo que hacemos o no hacemos, lo que decidimos o callamos, lo que tomamos o dejamos, tiene consecuencias (positivas o negativas, beneficiosas o perjudiciales, creativas o destructivas) para nosotros, para otros y el entorno que habitamos. La responsabilidad sólo puede ser concebida a partir de la existencia de los otros y se define siempre ante ellos”. 

La responsabilidad del amor al prójimo es una responsabilidad sobre nuestros afectos y los afectos ajenos. Como luego diremos, la responsabilidad del afecto es un “tomar conciencia” de nuestros sentimientos afectivos, conocer y controlar nuestras emociones afectivas. Ese control, en la opinión de Sergio Sinay,  “es el ejercicio vivencial permanente que me permite darme cuenta de mis emociones, de mis sentimientos y de mis pensamientos, palabras y acciones que surjan de ellos, debiendo hacerme cargo total de los mismos”. ¿En qué consiste el cargo total? Si defraudo a alguien sentimental o afectivamente no sólo debo pedir disculpas y hacer el “mea culpa”, sino realizar acciones reparadoras que sean fiel testimonio de un arrepentimiento sincero y lograr el verdadero consuelo del afectado.

Una relación afectiva amorosa de cualquier naturaleza supone un “ejercicio del amor” y siempre el amor tiene como fin, meta o deseo, lograr el mayor bien posible para el ser amado y no al revés (exigir que el ser que supuestamente amo se haga cargo de hacerme sentir bien a mí). Amar siempre es dar y nunca exigir. Una relación amorosa sincera exige el respeto y la independencia de los que se aman y no exigen una dependencia u obligación de sentimientos. El amor es espontaneidad y no exigencia y obligación. A lo único que obliga el amor es a la verdad, la independencia, el bienestar de ambos y a la expresión continua y sincera del sentimiento.

El afecto amoroso auténtico descarta la desconfianza, los celos y los egoísmos en general y la responsabilidad involucra en que una vez que se expresa un sentimiento amoroso, nuestra conducta debe ser coherente con tal manifestación. De otro modo, significaría mentira, simulación o relación por un interés ajeno al amor, al cual se invoca con hipocresía y como máscara para fines aviesos. La no simulación del afecto es otro efecto de la responsabilidad afectiva.

En el afecto de familia o amor parental es común emplear la ley del “tome y daca”, es decir, “amaré si me amas”. Frecuentemente muchos padres esperan que sus hijos sean responsables de su felicidad. Y viceversa: muchos hijos exigen a sus padres que le proporcionen felicidad, se “hagan cargo” de satisfacer todas sus necesidades reales y caprichos. La paternidad no es una condición que obligue a los hijos a “dar satisfacciones” a los padres. (Sinay). De igual forma, el lazo conyugal no obliga “al otro cónyuge” a mantener satisfecho o contento en forma permanente a su pareja.

Los derechos y obligaciones del sentimiento son mutuos, compartidos y compartibles. Los esposos deben responder por su fidelidad, por mantener el respeto y la dignidad en las relaciones mutuas, en cuidarse entre sí. No es la ley del “tome y daca” la que debe primar en la responsabilidad por el otro, sino el “principio de curia” o deber de cuidado, donde por amor y solidaridad se comparte la vida y se hace el bien sin esperar nada. El ejercicio del amor paternal o del amor filial auténtico, involucra desinterés.

Los padres deben procurar satisfacer las necesidades básicas de sus hijos menores e indefensos (alimentación, educación, salud, vivienda, vestimenta, cuidado personal y afecto sincero). Los hijos deben agradecer a sus padres todo lo que le brindan y devolver el cariño que se le prodiga debidamente, evitando que usos y costumbres coyunturales lleven a una conducta de desamor y separación física y espiritual de la familia paterna. Naturalmente, todo esto debe ser espontáneo y Sinay insiste que ningún miembro de la familia primaria debe tener ideas de responsabilidad en el sentido de “obligación como dependencia”, acusando a otros familiares de su infelicidad como “delegando la responsabilidad de ser feliz en otro  o en otra”.

La felicidad es una propiedad íntima y personal que cada uno debe buscar, tener y mantener, independiente de objetos u objetivos que están fuera de uno. La felicidad personal, siempre, es una responsabilidad de uno y no de los otros que nos rodean.

Responder ante sí y ante los otros es un atributo propio y exclusivo de los seres humanos y de ningún otro ser viviente. El juez y brújula y trayectoria de nuestra responsabilidad es nuestra conciencia.

Por ende, responsabilidad y conciencia son un bloque indisoluble y unido por lazos muy estrechos a tal punto de que son inseparables dado que nunca habrá responsabilidad sin conciencia. Ya adelantamos, en palabras de Sinay, que las secuelas o consecuencias de nuestras acciones puede ser positivas o negativas. Las positivas nos motivan a seguir realizando “buenas acciones” y es parte de nuestra creatividad natural.

Las acciones positivas creativas y beneficiosas para todos son las que debemos tender a seleccionar y realizar. Las acciones negativas, perjudiciales y destructivas son las que deben sopesarse antes de realizarlas, medir los riesgos posibles y previsibles y las posibles alternativas para evitar todo acto negativo. En el caso de acciones negativas o destructivas, nuestra responsabilidad no sólo es indemnizar el daño que surge de tal acción, sino recibir el justo castigo por nuestra culpa. Siempre nuestras acciones deben ser medidas en referencia a nosotros mismos y a los otros, o demás personas que constituyen nuestro entorno.

Las responsabilidades son inherentes a los derechos y obligaciones como deberes. Así si hay un deber de cuidado, a quien le corresponde cumplir o ejercer ese deber es responsable de ese cumplimiento que sería la respuesta. Frente a un deber, el cumplimiento del mismo es la respuesta a la obligación. Luego, habrá responsabilidad primaria si se cumple o si no se cumple. Si se cumple la responsabilidad es por los actos correctos o incorrectos y las secuelas que de ellos emergen. Si no se cumple hay responsabilidad por la omisión. Y así, sucesivamente, frente a cada deber u obligación o mandato legal o de otra categoría, sobre todo en las obligaciones de las relaciones asimétricas, en la que hay obligaciones de mandar y obedecer. Quien manda es responsable de las órdenes y quien obedece es responsable por cumplirlas.

Aunque sea una frase trillada, la responsabilidad nace en el momento en que empezamos a ser personas, esto es, desde la cuna. Y no es algo que deba ejercitarse por momentos o en determinadas circunstancias. Es algo omnipresente: está en todos los instantes de nuestra vida activa. Tampoco es algo temporal que deba estar con nosotros un lapso determinado. Aunque no nos guste es “en la vida” (in vitam) o “de por vida”, “por toda la vida” (per vitam).

Sólo están exentos de la responsabilidad social los incapacitados naturales que no pueden comprender los actos que realizan ni los efectos que causan los mismos (débiles mentales, idiotas, etc.). De igual modo los incapacitados civiles por orden de un juez.

Responsabilidad y libertad

Otro valor inconmensurable es la libertad, pero para que el hombre sea verdaderamente libre supone que antes es un hombre preparado, cultivado o culto, para entender qué es la libertad y como usarla. Hay una libertad auténtica y una libertad inauténtica. La libertad auténtica es la capacidad de decidir con responsabilidad y disciplina, lo que significa tener esa capacidad de decisión pero con la única traba del derecho ajeno.

Mi libertad llega hasta donde comienzan los derechos y la libertad ajena. Luego, libertad no es algo que no posea frenos ni límites. Toda libertad, para ser tal, es siempre limitada. No hay nada ilimitado. Pero, libertad también es responsabilidad, es decir, saber responder por todos nuestros actos ante nosotros mismos y los demás. Esto implica que cada uno de nuestros actos está bajo nuestra propia lupa y la ajena. Por lo tanto, ser responsable significa ser con los demás y consigo mismo considerado, prudente y equilibrado.

El equilibrio, a su vez, armoniza con el medio y sus cambios y permite actuar a la luz de la inteligencia y la afectividad y no por la impulsividad irracional. El equilibrio se alcanza a través de la disciplina (“instrucción de una persona, especialmente en lo moral”). Pero también disciplina es una especie de capacidad de aplicar metódica y tenazmente todas las normas sociales que deben regir la conducta dentro de una comunidad. Todos nuestros actos deben ser regidos por la razón y no por el instinto irracional que lleve a nuestro propio daño o al daño de los demás.

Amor y libertad están inspirados en el mismo principio: lo primero es no dañarse uno ni dañar a los demás. La libertad inauténtica es la que pretende imponer nuestra voluntad, deseo o acción, arrastrando con todos los derechos ajenos y sin ningún tipo de freno. Esto es lo que se conoce como libertinaje, una de las formas degradadas de la libertad. Naturalmente, el libertinaje significa ausencia total de responsabilidad (irresponsabilidad absoluta).

La “responsabilidad fundamental”

Santayana  habló de una responsabilidad fundamental cuando se refiere a la responsabilidad del hombre por su propia vida. Este autor afirmaba que “la vida, mientras dura, debe tomar alguna dirección”. Decidir qué dirección daremos a nuestra vida es la más importante de las responsabilidades pues esa dirección es la “madre de todas las responsabilidades” (o irresponsabilidades). Si yo deseo tener una “vida responsable”, entonces deberé poner la máxima atención cuidado en todo lo que hago o decido.

Esto es asumir plenamente la responsabilidad, pues poner atención y cuidado significa elaborar la respuesta correcta cuyos efectos sólo pueden ser el bien, la dignidad, el orden y la paz, todo signado por el amor.

La vida irresponsable es todo lo contrario. No me desligo de dar respuestas, sino que no me hago cargo de ellas o dejo el cargo a otros. Siempre “la culpa será ajena”. Puedo elegir ser responsable y eso significar cuidar de mí y de los otros. Significa elegir desechar los sentimientos negativos de cólera, venganza, impulso homicidas o violentos. Todos los impulsos que sean agresivos, destructivos y tanáticos. En este caso renuncio a toda hostilidad natural que haya en mí para elegir el camino de lo racional, lo inteligente, esto es, lo ético y lo moral.

Me compromete con una causa y la abrazo. Cuando abrazo una causa esto significa que me he entregado a algo para seguirlo y lograrlo. Figurativamente, puede entenderse por “abrazar una causa” cuando uno se compromete con el ejercicio de una profesión o manifestarse en alguna actividad pública, sobre todo, la política en función de gobierno, que implique buscar y realizar el bienestar de todos.

Abrazar una causa

Abrazar una causa significa comprometerse con algo, ser fiel a una persona, a una institución o a una ocupación y trabajar por ella. Una causa es un proyecto que no siempre es necesariamente grandioso ni es para impresionar a un público extenso. Incluso, a veces, es una cuestión íntima que no trasciende desde nuestro propio interior. No tiene público. La finalidad puede ir desde intentar enmendar al mundo, como procurar mantener iluminado permanente la calle de mi barrio. De realizar extensos planes a sólo cumplir con devoción y probidad mi profesión.

No importa la cuantía de una causa ni su proyección. Importa sólo que me interese lo suficiente a mí y me dé fuerzas para emprenderla y concretarla. Esto requiere algunas características:

-Que esté dentro de mi vocación de servicio y represente un llamado claro

-Que pueda ser adoptada con todas las fuerzas de mi corazón y mi mente

-Que tenga un terreno de acción bien definido y circunscrito

-Que posea una cantidad razonable de propósitos factibles

-Que sea trascendente para algo o alguien

-Que sea sentida como “mi causa”

-Que pueda ser integrada como trabajo productivo para la comunidad

-Que me haga sentir enaltecido cuando trabajo por ella, es decir, eleve mi espíritu

-Que en ella pueda aprender algo para mí y enseñar a otros.

Es indudable que la fidelidad a una causa no abunda porque ser fiel a algo no es fácil, indoloro o gratuito. Por definición implica la lealtad, la observancia de la fe que uno debe al otro. Pero, además, es la puntualidad y la exactitud para ejecutar una cosa.           

Se puede elegir un compromiso con la comunidad y comunidad es participación en común, la idea de personas que se funden en una sola cosa para compartir entre sí algo que es de todos por igual. No hay individualidades, sino personas iguales entre sí unidas en común, donde el “otro” es un “igual a m픝. Luego el concepto de comunidad está por encima de toda individualidad y significa el máximo respeto del uno por el otro. Ser comunitario es entregarse al prójimo, estar al servicio del prójimo. Para llevar a cabo esta causa, nuestra fidelidad nos obliga a saber decir no a otros compromisos que nos alejen de ella y estar siempre dispuestos al sí para cumplir la misión impuesta.

Al mejor estilo de Churchill, abrazar una causa es sudor, lágrimas y trabajo. Pero también el placer de compartir la amistad no fingida ni interesada, servir con honestidad y ética en mi profesión y la integración sin ambages a la causa de la paz y la comprensión mundial, “globalizando” la tolerancia, la no discriminación, la erradicación de la violencia social, el amor a sí mismo y a los otros hombres del mundo.

Puedo abrazar una mala o una buena causa. Nos hemos referido a una buena causa. En las malas causas, como todo lo malo, se comienza mal, se sigue mal y se termina mal o peor. Una mala causa es cultivar una vida sin amor ni cuidado de mí y de otros. Esto lleva a la hostilidad natural extrema y como todos los extremismos o fundamentalismos, destruye y degrada en lugar de construir y elevar la dignidad del hombre. La pasión por una causa es fundamental para obtener el éxito. Pero hablamos de pasión como fuerza vigorizante y de la pasión como sufrimiento o fuerza desbordante incontrolada que no lleva riendas ni gobierno de sus acciones y sus metas.

Santayana piensa que si realmente existe un Dios que gobierna con su providencia, esto es, de algún modo, fatalista, dado que los designios del hombre serán siempre los designios de Dios a través de la providencia. Al hablar de “responsabilidad definitiva”, en este caso concreto toda responsabilidad es de Dios. Pero también alude al “libre albedrío” del cual Dios nos dotó y esto nos exime de todo fatalismo prefijado. Si bien nacer y morir depende de los “tiempos de Dios” y de sus designios, el curso de nuestra vida puede ser signado por nuestra inteligencia y voluntad. En este caso, recuperamos la responsabilidad propia e instauramos la responsabilidad fundamental de dirigir nuestras vidas. Es verdad  que si hay salvación o perdición depende de la voluntad de Dios, pero el camino hacia una o hacia la otra es con nuestra cooperación.

La providencia opera siempre, pero el destino será el resultado final de poner nuestro hombro a lo correcto y lo digno o separarnos de ello y dejar nuestra “vida sin rumbo”, a lo que salga de ella. Si perdemos el rumbo, por lógica no tendremos la certeza de proceder bien o mal, o sea, no sabremos si nos perdemos o nos salvamos. Pero como el “rumbo” tiene una brújula con un solo norte que es el adecuado a nuestra esencia de “criatura” inteligente, afectiva y voluntaria, perder el rumbo es no tener el norte de esa brújula. Un rumbo perdido, es eso: perdición. De ahí la importancia de asumir la responsabilidad fundamental y así coparticipar de la responsabilidad final.

Sólo de la conjunción correcta de lo natural con lo divino, esto es, de la conjunción de la responsabilidad con la responsabilidad divina, será la responsabilidad final y no sólo un fruto de una sola responsabilidad. Podemos responder ante nosotros mismos (responsabilidad fundamental) o ante los demás (responsabilidad social) pero por sobre todo también, si así lo creemos, tenemos una responsabilidad ante Dios. Para los cristianos hay conjunción de todas estas responsabilidades: responder ante Dios por mí y por los otros. La responsabilidad fundamental es una “respuesta de orientación” en el concepto de Goleman.

 

Responsabilidad e irresponsabilidad

Obviamente, la irresponsabilidad es la ausencia de responsabilidad.  Una cosa es la irresponsabilidad del incapacitado y la irresponsabilidad en el Derecho. Esto es, de las cosas que por sí no tienen responsabilidad. Por esto, la irresponsabilidad como “cualidad de irresponsable” está referida a los entes o cosas que genéricamente carecen de responsabilidad, pero también es la calificación de los actos indebidos de las personas consideradas “irresponsables”. Otra cosa es que una persona totalmente “responsable” realice actos de irresponsabilidad por falta de maduración o educación. Los que no saben, no quieren o no pueden ejercer la responsabilidad son aquellos cuyos actos son el fruto de adoptar decisiones importantes o transcendentes, sin la debida meditación y con una falta absoluta de previsión. No miden riesgos y perjuicios o beneficios antes de concretar o realizar un acto.

Es probable, o al menos posible, que haya personas que inducen a pensar que hay “responsables” e “irresponsables” absolutos. Es como si se afirmara que la esencia humana conlleva la posibilidad de dos modos de ser diferentes y opuestos. “Ser responsable” o “ser irresponsable” como un modo de vida permanente no es algo impensable o irrealizable. Hay algunos ejemplos múltiples y variados de estos dos modos de ser. Sin embargo, lo normal, es decir, lo que puede esperarse de un ser humano normal no es lo absoluto sino lo relativo. Se puede ser responsable o irresponsable en forma consciente o inconsciente. Y, de hecho, todos tenemos acciones responsables e irresponsables. Lo que no se puede admitir es que siempre se sea totalmente irresponsable, porque aún en el caso de un insano o discapacitado, cuando sus acciones son perjudiciales, se le aísla de algún modo para evitar el daño.

En esto consiste la inteligencia emocional, la racional y la social. Y en esa inteligencia reside nuestro ser humano. La irresponsabilidad, de algún modo, significa falta de inteligencia. Desde este punto de vista, irresponsabilidad es irracionalidad. Pero tener una conducta irresponsable permanente, además de irracional es muestra de insensibilidad, de incapacidad afectiva y emocional. Si somos personas normales, no enfermas ni incapaces, una conducta irresponsable y voluntaria nos transformas en perversos. Luego, la irresponsabilidad es una cuestión volitiva donde se decide hacer cosas que no corresponden.

Como corolario, debemos detenernos a reflexionar, entonces, de que cómo nos comportemos en el mundo (en el entorno inmediato) que conforma nuestros vínculos sociales primarios y elementales como es la familia, el trabajo y todos los ámbitos sociales que frecuentamos; como asimismo, de los valores (axiología personal) que demos prioridad y utilicemos en nuestros actos, de todo ello dependerá el trayecto de nuestra vida y las huellas que demos a otros y en otros. Los actos responsables serán orientaciones y modelos para nosotros y los que nos heredaran, principalmente nuestros hijos.

La responsabilidad social empresarial

La sociedad, si bien es un conjunto, para funcionar o existir, tiene roles y funciones diferentes que constituyen las “divisiones sociales naturales”. El concepto de “división social natural” no es peyorativo sino descriptivo. No tiene connotaciones discriminativas ni políticas ni religiosas, sino que únicamente define a los componentes de una sociedad en función de los roles y atributos y no como estratos sociales. Luego, no hay en la división natural social “clases sociales” sino grupos de personas en diferentes circunstancias sociales y funciones sociales.

La primera división natural social es la que constituyen las llamadas “instituciones”, entendiendo por instituciones a las organizaciones fundamentales de una sociedad. Generalmente en las sociedades de hoy, las instituciones suelen ser públicas (son las que constituyen el Estado o Gobierno de la sociedad) y privadas (las que constituyen las personas particulares). Cuando esas instituciones públicas o privadas se dedican a fabricar algo o a prestar servicios, constituyen las empresas.

De las instituciones empresariales nace la responsabilidad social empresarial. Esta responsabilidad social empresarial está dirigida a tres entidades propias de la razón de ser de la empresa: el producto (producción de objetos o servicios), los trabajadores que realizan el producto y el destinatario del producto: cliente o usuario. “El hecho de que el hombre tiene responsabilidades con sus semejantes debe ser admitido por todos los que se dedican a los negocios”.  Sería ingenuo pensar que un empresario o comerciante inicia o construye una empresa sólo para ser solidario con sus congéneres y solucionar problemas y necesidades. Se necesita dinero para instaurar una empresa. El dinero se obtiene de las ganancias de los negocios. Las ganancias de los negocios provienen del trabajo de la empresa, es decir, del producto que la empresa provee.

Sin embargo, el supuesto de la necesidad del dinero y de la rentabilidad de una empresa, no debe motivar una conducta de puro lucro, sin otras consideraciones. El buen lucro es una herramienta de permanencia en una empresa donde el capital sigue siendo el eje fundamental del buen funcionamiento. La responsabilidad social empresarial no consiste en evitar el lucro por sí, sino que todas las actividades lucrativas no estén destinadas sólo al enriquecimiento desmesurado de los dueños o ejecutivos empresariales, sino que sean distribuidos con justicia social en beneficio de clientes y trabajadores.

En el circuito constituido por los actores de una empresa (empresario, trabajadores, producto, comercio, rentas) la idea de genuinidad es que un empresario pueda formar un producto y de acuerdo a sus costos fijarle un precio. La honestidad comercial indica que en primer lugar el producto debe tener la calidad que de él se espera y no publique cualidades que dicho producto no posee. La sinceridad de la calidad y el precio del producto es la primera responsabilidad social de una empresa auténtica. Si el empresario debe obtener ganancias jugosas para mantener y expandir su empresa, esas ganancias deben provenir por una mayor producción y venta. No se debe especular en bajar la calidad o dar calidad degradada ni tampoco en especular con un precio excesivo, no acorde con los costos. La relación precio-costo debe ser verdadera y leal. De igual modo la cadena comercial debe evitar la distorsión del producto y para ello, el empresario debe evitar introducirse en mercados de distribución dudosa. Lo ideal sería que la propia empresa estudiara la colocación del producto para la venta a través de su propia cadena de distribución.

Pero la responsabilidad social de una empresa va más allá de su producto y de la relación con el cliente o la comunidad a la que provee objetos y/o servicios. La empresa necesita el capital como eje promotor de su mantenimiento y desarrollo, pero el otro eje fundamental es el trabajador. En referencia al trabajador, la responsabilidad social de la empresa es mantener la fuente de trabajo en los niveles más óptimos para no defraudar a sus trabajadores en un marco de inestabilidad laboral. El síndrome de la cornisa que sufre el trabajador constantemente amenazado con el despido por tener una relación laboral temporal e inestable, es uno de los efectos desastrosos de la política empresarial del trabajo precario.

La estabilidad laboral asusta a las empresas porque obliga a contraer la responsabilidad legal de sostener a sus trabajadores y pagarles lo que corresponde a su rendimiento y antigÁ¼edad, lo que incide en mantener salarios justos y acordes. Y en el caso del despido, dar una justa indemnización. Por estos derechos – a veces representados en el texto legal y que se hacen efectivo a través de decisiones judiciales cuando hay conflicto – es que muchas empresas se desprenden de su responsabilidad social hacia sus trabajadores y los somete a un régimen injusto de precariedad.

Además de la obligación empresarial del respeto de los derechos de los trabajadores a la estabilidad laboral,  a una jornada humanizada y a un sueldo o salario acorde al esfuerzo laboral realizado y formalizado para cubrir las necesidades vitales mínimas (alimentación, vivienda, vestimenta, mantención de la familia), se impone dar al trabajador condiciones dignas para desarrollar su labor. La dignidad del lugar y del modo de realizar el trabajo consiste en proveer al trabajador de todos los elementos útiles, eficientes y necesarios para el trabajo encomendado (uniformes, herramientas, ambiente laboral satisfactorio).

Lo fundamental de estas garantías de la correcta instrumentación laboral es que el desarrollo del trabajo no signifique un peligro real o latente de daño. Esto involucra que la empresa debe desarrollar medios suficientes y eficientes para prevenir el riesgo laboral. Además de los uniformes adecuados, hay que agregar otros artefactos como calzados, guantes, protectores de oído, máscaras que eviten inhalaciones dañinas, etc.

La correcta provisión de todos los elementos y herramientas necesarias para un trabajo eficaz y seguro que prevenga el daño y garantice la producción correcta es otra faceta de la responsabilidad social de la empresa. Con estos modos, la responsabilidad social engloba tanto a la empresa pública (empresas del gobierno) como a las empresas privadas, las cuales en un régimen de correcta y genuina democracia “se deben ganar la confianza de aquellos con quienes trata. Debería interesarse en aquellas ejecutorias que afecten al bienestar de los individuos que forman parte de la sociedad”¦ obrarán sensatamente si consideran la importancia de esa contribución voluntaria al bienestar general”. La responsabilidad social, por ende, es de igual forma para el Estado como para las empresas privadas, siendo el Estado el mayor responsable pues debe dar el ejemplo democrático de integrar la participación colectiva en la prestación de servicios públicos como la educación, la seguridad, la salud pública, impartir la justicia y asegurar la prevención de catástrofes públicas y los servicios de previsión para el resguardo de la niñez y la vejez.

Las empresas privadas deben también permitir la participación activa de sus trabajadores a fin de evitar el abuso de ejecutivos y directivos empresariales o de encausar a la empresa por carriles de procedimiento a atenten contra los derechos y la seguridad de sus trabajadores o perjudiquen a sus productos y clientes. Siempre que en una sociedad inestable, en lo social o en lo económico como puede suceder episódicamente en Europa o países latinoamericanos, se produce fisuras sociales importantes, se quiebran los principios éticos y legales y las empresas acuden a maniobras elusivas de su responsabilidad social.

La supervivencia de las empresas públicas o privadas o la restauración económica y social de la misma puede llevar a crisis sociales que afectan en un todo a esas empresas. El hilo se quiebra en lo más débil. Los más afectados suelen ser los trabajadores de esas empresas y los clientes o usuarios cuya atención se resiente o se pierde. El estado mal gobierno cae en una irresponsabilidad social total y todos sus servicios se corrompen o se desnaturalizan y sus trabajadores resultan dañados al punto de que se establezca un fenómeno inadmisible: que el propio Estado “explote” el trabajo de sus empleados suprimiendo fuentes de trabajo o no pagando salarios dignos o instaurando condiciones indignas de trabajo (sobrecarga laboral sin el pago de haberes correspondientes, condiciones laborales riesgosas o indignas, privación o no provisión de las herramientas suficientes y eficientes.

Desde otra faceta, la irresponsabilidad social afecta muy particularmente al trabajo rural el cual siempre resulta explotador y mal remunerado y exento de toda previsión de riesgo laboral. Las empresas que se dedican al empaque, lavado y procesamiento de carne, frutas, verduras, suelen tener obreros temporales, con jornadas excesivas de trabajos y salarios muy magros, operando como un trabajo en negro o trabajo esclavizante. Esta irresponsabilidad social es manifiesta en las noticias periodísticas que ponen al descubierto estas formas empresariales de trabajo precario o de preparación de productos no aptos para las necesidades a las cuales están destinados y sometidos a sobreprecio que no se condicen con la calidad de esos productos.

En un país como Argentina, donde la producción agropecuaria es un pivote esencial de la economía, el descuido del trabajar rural y la desprotección social de las poblaciones rurales ha provocado el fenómeno social del despoblamiento del campo por el éxodo masivo de sus trabajadores hacia los cinturones de las grandes ciudades, donde prolifera la periferia de villas inestables.

Antes del siglo XXI, no se hablaba de la responsabilidad social empresarial como se hace en esta segunda década de este tercer siglo. Los estudios giraban en torno a lo denominado RR. PP. (relaciones públicas) y la responsabilidad social se reflejaba en el concepto de la “empresa cristal” o “empresa vidrio”. Esto quería decir que la actividad empresarial debía tener tal transparencia que toda su estructura diera la sensación de ser un cristal transparente, a través del cual el buen y correcto funcionamiento empresarial hacia dentro y hacia afuera de la empresa fuera tan claro que no hubiese ninguna duda de sus buenos propósitos y conducta ética-moral.

Hoy el concepto de responsabilidad social se respalda en ese concepto de “empresa cristal” o “empresa vidrio” la cual demuestra que no guarda nada misterioso ni sucio, sino que todo es limpio y correcto.

He hecho esta reflexión de responsabilidad social porque actualmente es un término en boga y todos los que hablan de ella emiten conceptos desde diferentes puntos de vista pero no hay una visión abarcadora y totalizadora. Además, se intentan presentar con nuevas etiquetas envases ya conocidos y existentes. Los memoriosos que estudiamos relaciones públicas sabemos que hace varias décadas, desde que se instaló el concepto de relaciones públicas en el siglo XX, dichas relaciones se basaban, esencialmente, en la responsabilidad social empresarial y general, es decir, en la ética, la moral, la buena conducta y los auténticos propósitos de generar beneficios con ausencias de perjuicios de cual índole.

Que así sea.

               

 

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