14 de mayo de 2024

Prefacio del autor

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Leemos y oímos repetir constantemente que los hombres, cansados de trabajar, dirigen acerbas críticas a la Naturaleza, benignísima madre de todas las cosas, considerando  que en diversas cuestiones relativas al género humano obró con escasa reflexión o previsiones insuficientes.

Es la acusación más injusta, sin embargo, tratarla de madrastra porque haya impuesto la necesidad del alimento diario para sustentar y conservar nuestra vida, que sin él se aniquilaría. Dispensado de semejante obligación, el género humano no admitiría quizás ley alguna y esta tierra donde habitamos presentaría un aspecto muy distinto del que se contempla ahora.

Por eso Perseo (1), con agudeza, llamó “maestro de artes” al vientre y no a la industriosa mano y dice en su Prólogo:

“¿Quién enseño a saludar al loro. Y a las urracas que imitaran nuestras voces?. El vientre, maestro de artes y dispensador de ingenio…”

De tal necesidad que vuelve perspicaces hasta a los animales carentes de razón surgieron todas las artes, las liberales y las mecánicas. Si bien es lícito afirmar que no constituyen un bien general, como suele ocurrir con todas las cosas humanas, no se muestran sin que el mal se entrevere en ellas.

Débese confesar que ocasionan no poco daño a los obreros ciertos oficios que desempeñan. Donde esperaban obtener recursos para el propio mantenimiento y sostén familiar, encuentran a menudo gravísimas enfermedades y maldicen el arte al que se habían dedicado en tanto se van alejando del mundo de los vivos.

Por advertirlo frecuentemente mientras ejercía mi profesión de médico, resolví consagrar mis esfuerzos a escribir un Tratado sobre las enfermedades de los obreros, y lo que pasa con las tareas mecánicas.

Si el artesano descubre algo nuevo y lo ejercita por primera vez, puede que el trabajo salgo tosco y defectuoso, luego otros lo perfeccionaran con mayor habilidad, sucede igualmente en materia literaria y sucederá con mi obra, sea ella como fuere y por varios motivos, siguiéndose el principal de la novedad que aporta la misma.

Nadie, que yo sepa, pisó este campo, del que pueden cosecharse frutos no despreciables en cuanto al estudio de la sutileza y poder de las emanaciones.

Prevengo que publico mi obra a pesar de sus deficiencias con la intención principal de que otros colaboren en ella y se llegue a obtener un tratado completo merecedor de ocupar un puesto en el foro médico.

Lo juzgo sin duda un deber para con la mísera condición de los artesanos, cuya labor manual, hasta si es vil y despreciada, resulta imprescindible y brinda abundante comodidad a las organizaciones humanas y corresponde este deber, declaro, a la más conspicua de todas las ciencias, como llama Hipócrates a la Medicina, en sus Preceptos, “que también cura gratis y socorre al pobre”.

Con razón los fundadores de grandes ciudades y reinos concedieron suma atención a los obreros, tal como lo sabemos patentemente por documentaciones que nos quedan.

Establecieron corporaciones y agrupaciones de artesanos. Dice Plutarco que fue admirado Numa Pompilio por haber clasificado a aquéllos según sus ocupaciones, asociación especial tuvieron los flautistas lo mismo que los orífices (2), arquitectos, tintoreros, zapateros, curtidores, broncistas, alfareros, etc.

Cuenta Titio Livio (3)que también los cónsules Appio Claudio (4) y P. Servilio instituyeron una sociedad de “Mercuriales”, nombre que designaba al cuerpo de mercaderes porque adoraban a Mercurio como protector del comercio. Platón (5) en su Libro de Leyes informa a las letras que por convención análoga consagrábanse las clases trabajadoras a Vulcano y Minerva, dioses laboriosos.

Las Pandectas (6) y Códigos mencionan obreros constructores de barcos y también Gaio S. C., al tratar de gestiones en pro o en contra de  cuerpos de artesanos, describe esas comunidades de artífices, sus derechos y privilegios.

Cuenta Suetonio (7) que el emperador Vespasiano protegió abiertamente no sólo a las profesiones liberales sino también a las manuales denominadas “mecánicas” y proporcionó a los más modestos operarios repetidas oportunidades de trabajar y ganar dinero y más, a un arquitecto que se jactaba de hacer transportar al Capitolio carga enorme con poco gasto, habríale respondido: “que lo iba a autorizar si aquél daba de comer a su gentuza”.

Como en épocas antiguas, también en la nuestra las naciones bien constituidas han erigido leyes con miras de obtener buen régimen obrero, toca por consiguiente a la Medicina contribuir a su vez en auxilio y beneficio de quienes se preocupa a tal punto la jurisprudencia y empeñarse (lo que hasta ahora ha descuidado) en velar por la salud de los trabajadores para que logren practicar con la mayor seguridad posible el oficio a que se hubiesen destinado.

Hice pues cuanto estuvo a mi alcance y no creí desmerecer colándome de cuando en cuando en sórdidos talleres, ya que en nuestra época la medicina tiende en cierto modo al mecanismo y proclaman las escuelas automatismo ante todo, para contemplar secretos de las artes mecánicas.

Confío en que me aprobarán los maestros de nuestro país, es obvio además que todas las artes no se practican en cada ciudad o región, conforme a la diversidad de lugares son diversas también las clases de oficios que motivan enfermedades.

En los cuartuchos de obreros, me esforcé en descubrir lo que mejor pudiera satisfacer a los curiosos y algo más importante, a saber las precauciones medicinales, preservativas o curativas adoptables contra enfermedades que suelen atacar a los trabajadores.(8)

Y así el médico que vaya a atender a un paciente proletario, no tenga tanta prisa que ponga mano al pulso en cuanto llegue (suele suceder que hasta se descuide mandar acostar al enfermo), no delibere de pie sobre lo que conviene hacer o no conviene como si jugara con el pellejo humano, dígnese más bien tomar asiento con la tranquilidad de un juez, aunque no en silla dorada como en casa de magnates, ocupe un escaño trípode o un ábaco, averigüe al paciente con rostro amable y examine detenidamente lo que en él reclama prescripciones médicas u oficio caritativo. (9)

El médico que se acerca a un enfermo buscará enterarse de muchos pormenores por el enfermo mismo o de sus cuidadores, acatando las normas del Divino Preceptor: “Cuando te llegues a un doliente, conviene preguntarle de qué sufre, por qué causa, desde cuántos días, si ha movido el vientre  y qué alimentos ingirió”.

Tales términos emplea Hipócrates en su libro sobre “Afecciones”. Habría que añadir “¿Cuál es su oficio?”, dicha interrogación puede muy bien conducir hacia las causas ocasionales de su proceso, y juzgo oportuno, más aún necesario recordarla si se atiende a hombres del pueblo. (10)

Compruebo no obstante que casi nunca ella es puesta en práctica, aunque le conste por otra parte al médico que la tuvo bastante en cuenta, cuando de haberla observado hubiera contribuido a obtener una curación más feliz.

Recibe pues bondadosamente, amigo lector, estas páginas mías que aunque redactadas con poco arte, buscan beneficiar a la sociedad o por lo menos auxiliar a los obreros, y si fuera de tu agrado, concédeles aprobación, no tienen por objeto reportarme gloria sino prestar utilidad y ayuda. (11)

Bernardino Ramazzini

 


Comienza el autor defendiendo la Naturaleza, algo muy original y no muy común para la época en que vivió Ramazzini.
(1) Perseo es un semidiós de la mitología griega.
(2) Persona que trabaja con el oro en forma artesanal.
(3) TitusLiviusPatavinus, 59 a. historiador romano. Tito Livio escribió una Historia de Roma, desde la fundación de la ciudad hasta la muerte de Nerón.
(4) Apio Claudio fue un famoso censor romano que ocupó el cargo en 312 a. C.
(5) Platón fue un filósofo griego seguidor de Sócrates y maestro de Aristóteles. En 387 fundó la Academia, institución que continuaría su marcha a lo largo de más de novecientos años.
(6) Pandectas en griego o Digestum en latín, es una obra jurídica publicada en el año 533 d. C. por el emperador bizantino Justiniano I.
(7) Gayo Suetonio Tranquilo, comúnmemente conocido como Suetonio, fue un historiador y biógrafo romano durante los reinados de los emperadores Trajano y Adriano.
(8) Aquí nace su consejo de que el Médico Laboral, debe concurrir a los lugares de trabajo del obrero, algo que en ese entonces no estaba bien visto.
(9) Unas palabras tan claras sobre el proceder médico laboral, que aún hoy son de gran utilidad.
(10) De aquí viene la pregunta que siempre realizamos los médicos laborales y que él ya recomendaba en aquella época ¿De qué trabaja usted?. Sin duda todo un visionario.
(11) 300 años después todavía tienen vigencia las páginas escritas por Ramazzini.
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