16 de mayo de 2024

Las enfermedades de los mineros

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Capitulo I – De las enfermedades de los mineros

Capítulo I – Primera edición aparecida en Padua, el 1º de setiembre de 1713

El múltiple y variado terreno sembrado de enfermedades para quienes necesitan cobrar salario y han de sufrir por lo tanto males terribles como consecuencia del oficio que ejercen, germina según creo, debido a dos causas principales: la primera y a la vez más poderosa consiste en la índole perjudicial de la materia manipulada ya que fluyen de ella vapores deletéreos y tenues partículas irritantes que afectan la naturaleza humana con peculiares dolencias y la segunda de ciertas violentas y forzadas posiciones inadecuadas por viciar la natural estructura de la máquina vital.(1)

Nacen pues graves enfermedades de las nocivas propiedades del material, que aquejan a los metalúrgicos como a todos los operarios que trabajan con minerales, a los orífices, alquimistas, destiladores de aguafuerte, alfareros, espejeros, fundidores, estañeros y pintores. (2)

Los que peor padecen estas pestes dañinas escondidas en las vetas metálicas subterráneas son los excavadores mineros, pasan gran parte de su vida en las profundas entrañas de la tierra habiéndoselas diariamente con el Infierno.

Bien dice Ovidio (3):

“Van al fondo de la tierra, extraen ocultas riquezas cuidadas por las Estigias (4) sombras para que sirven luego de estimulante al mal”.

Aludía el poeta a un mal corruptor de ánimos y buenas costumbres. Quiso condenar naturalmente la avaricia y locura de los hombres empeñados en desterrar y exponer a plena luz lo que llamamos bienes, ya expresó Plinio (5) con galanura “que damos valor venal a todos los bienes” aún si resultan después origen y fuente de mil calamidades.

No estaría fuera de lugar, empero, aplicar las palabras del poeta a ciertas afecciones perniciosas para el cuerpo, vale decir a las dolencias que atacan a los trabajadores de las minas y a otros gremios afines, citaré entre éstas, disnea, tisis, apoplejía, caquexia, tumores en los pies, pérdida de dientes, úlceras en las encías, dolores y temblores en los miembros.

Parte muy castigadas en tales obreros son el cerebro y más todavía los pulmones que aspiran junto con el aire, exhalaciones minerales, resultando los primeros agraviados, luego aquellos hálitos se introducen en los receptáculos de la vida y mezclados a la sangre alteran e inficcionan la complexión natural del cerebro y del humor nervioso, se ocasionan de ahí temblores, entumecimientos y las demás afecciones enumeradas más arriba.

Los que desentrañan metales de las minas son pues víctimas de estragos terribles y las mujeres que se casan con ellos están expuestas a contraer nuevos enlaces por quedar prontamente viudas, según cuenta Agrícola (6) hubo en las minas de los montes Cárpatos, mujeres que alcanzaron a desposarse hasta con siete maridos.

Dice Lucrecio (7):

“¿No ves ni oyes acaso como suelen morir en poco tiempo, y cuando aún les quedaba tanta vida por delante?…”

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Muéstrase en una pequeña y antigua estampa del libro de Pignoriosobre siervos, la triste condición de los mineros, llevaban semi rasurada la cabeza (por lo que se distinguían los esclavos de los desertores que la tenían enteramente afeitada) y vestían con capuchón. No creo que hoy presenten mejor traza, aún  provistos de buena ropa y alimentados convenientemente nos parecen familiares del Orco (8) cuando se retiran de aquellos horrendos y oscuros parajes para asomar al aire libre.

Mientras extraen la materia mineral adquieren terribles enfermedades que eluden la acción de remedios prescriptos comúnmente, pero aunque el resultado aparezca dudoso estimamos obra de caridad suministrarles auxilio y prolongar su desdichada vida.

Príncipes y mercaderes obtienen generalmente pingües ganancias de las minas dada la imprescindible necesidad de emplear metales en casi todas las industrias; para mejor conservación de los obreros, antes como ahora se han estudiado sus enfermedades y propuesto precauciones y medicamentos.

La alimentación preconizada por la ciencia médica consigue algún alivio y protección para estos infelices. Y por ser casi innumerables las clases de excavadores y hallarse expuestos todos a determinados peligros, convendrá investigar de qué manera se infeccionan sus cuerpos, indicar los remedios más rápidos y aquellos cuya eficacia se compruebe mejor.

Algunas minas son húmedas y el agua se detiene al fondo, secas otras en las que se precisa fuego para partir las rocas. El líquido estancado con la humedad estropea las piernas, luego las espesas y ponzoñosas emanaciones, sobre todo cuando caen al agua fragmentos triturados de piedras “agitando inmundicias”, como dicen, cortan la respiración de los trabajadores que se tumban de cabeza o emergen medio desmayados.

El propio fuego, vencedor de todos los metales, donde es requerido para romper piedras excita y empuja los pestíferos hálitos de la materia mineral, exponiendo a recibir todos los elementos infecciosos.

La peste más espantosa y perjudicial ataca en las minas de mercurio, los obreros apenas alcanzan a trabajar allí tres años, dice Fallopio (9)en su Tratado de Metales y Fósiles, al cabo de cuatro meses comienzan sus miembros a temblar, sufren vértigos y parálisis, atestigua Etmülleren su Mineralogía (capítulo sobre el mercurio) por culpa de las emanaciones de este metal, peligrosas en sumo grado para los nervios.

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En su tratado del “Asma y la Tos”, describe Van Helmont (10) una clase de asma que clasifica entre seca y húmeda y ataca según él, a los excavadores de metales, revisores de monedas y otros operarios por el estilo; proviene del gas metálico aspirado con la atmósfera y tiene el poder de obstruir los vasos neumónicos; Wedel se  refiere al asma montañesa en su “Medicina Patológica Dogmática”; dice que los metalúrgicos padecen tal enfermedad y que Stock publicó un tratado dedicado exclusivamente a ella.

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En las minas de cobre calcante se dificulta enormemente la respiración; Galeno señala que existía en Chipre una gruta de la que los obreros retiraban agua para obtener el calcante, descendió el mismo hacia el fondo del antro y vio cómo caían gotas de un líquido verde en el estanque.

Sofocante era el olor; e intolerable en cierto modo, agrega luego que los operarios desnudos sacaban el agua rápidamente y regresaban corriendo también a toda prisa, pues nada perjudica tanto a los pulmones como una solución ácida cualquiera en la que abunde el vitriolo. (11)

No pocos médicos clínicos, compatriotas nuestros, se burlarían si vieran a otro profesor en ciencias naturales exponer la vida bajando a lugares subterráneos para investigar los profundos arcanos de la Naturaleza. (12)

Me enteré de las risas que acogieron mi arriesgada tentativa de sondear manantiales que proveen de agua a Módena, asimismo cuando bajé a nuestros pozos de petróleo situados en la zona de los montes.

Aprendan de Galeno que efectuó largas peregrinaciones y observó con máximo cuidado los recónditos secretos de la Naturaleza a fin de enterarse exactamente de ciertas facultades medicinales, pues por los senderos se alcanza la vía.

Además de las partes internas del cuerpo se lesionan peligrosamente las externas como ser manos, piernas, ojos y fauces. En las minas mismas que nos proveen de arsénico negro, las manos y las piernas se carcomen hasta los huesos, refiere Agrícola y añade que “tienen clavos de madera las chozas construidas a proximidad de las minas por haberse fijado la gente que el arsénico consume el hierro”.

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Cabe afirmar sencillamente que el aire encerrado, absorbido en la respiración se satura de partículas y hálitos sumamente funestos para los pulmones y el cerebro que pasan a la masa sanguínea y espíritus donde presto aparecen sus secuelas de daños.

Incumbe a las personas designadas para dirigir tales actividades, como también a quienes ejercen la medicina en esos sitios, vigilar atentamente por la incolumidad del personal y si no consiguen suprimir la causa ocasional de los quebrantos, tratar de atenuarlos.(13)

Los capataces de las minas limpian la atmósfera aprisionada e infeccionada por vahos desprendidos de la materia mineral, de los cuerpos de los excavadores y de las luces encendidas, con ayuda de máquinas neumáticas cuyos caños comunicados con el fondo de la mina quitan el aire cargado y lo reemplazan porotro más fresco y puro, se acostumbra proteger las manos y piernas con guantes y polainas. (14)

Prescribe el mismo autor diversas medicaciones, tanto curativas como preventivas, adoptadas ya por el buen metalúrgico, pondera un licor preparado con óleo tártaro, láudano y óleo de cólquides; destilándolos se obtiene un jarabe que debe ser suministrado en pequeñas cantidades.

Como preservativo recomiendo caldo gordo y vino generoso, para los que ya se encuentren infectados pondera también el bálsamo de ortiga, de magnesia y condimentar los alimentos con sal de nitro y la que se extrae del alumbre.(15)

No sólo a los excavadores atormentan las metálicas pestes, también a muchos artesanos más que trabajan en las inmediaciones de las minas, como ser aquellos que vuelcan, cuecen, funden y purifican la materia extraída. En pocas palabras describe muy bien Hipócrates la imagen de un minero: “El hombre del metal, dice, tiene hipocondrio derecho tirante, bazo grande, bajo vientre dilatado y algo duro y dificultades respiratorias; anda descolorido y con recidivas en la rodilla izquierda”.

No sólo entonces los excavadores sino también los que residen y actúan en la proximidad reciben cruel castigo de las exhalaciones metálicas que enturbian al espíritu animal y vital cuya naturaleza es transparente y etérea y pervierten la economía natural de todo el organismo.

Se recetarán a éstos los mismos medios propuestos más arriba pero en dosis más suaves.



(1) Con su personal estilo de escritura, Ramazzini, ya nos está hablando de lo que hoy estudiamos como riesgos del trabajo en general y en particular los riesgos ergonómicos.
(2) Hace mención a nuevas enfermedades que provienen de las nocivas propiedades de los materiales con que se trabaja, hoy diríamos enfermedades profesionales.
(3) Publio Ovidio Nasón poeta romano. Su obra más conocida es “Las metamorfosis”, obra en verso que recoge relatos mitológicos procedentes del mundo griego.
(4) Estigia, de la mitología griega, se decía así a la Diosa del inframundo.
(5) Plinio el Viejo, científico, filósofo, escritor, historiador, naturalista y militar romano, autor de la “Naturalis Historia”.
(6) GeorgiusAgricola, 1494-1555, alquimista, químico y mineralogista alemán, considerado el fundador de la mineralogía moderna.
(7) Lucresio es autor de un largo poema didáctico, “De rerum natura” (Sobre la naturaleza de las cosas), considerada acaso la mayor obra de la poesía de Roma.
(8) Orco es la deformación de un término, proveniente del inglés antiguo, que se refería a monstruos de la mitología celta. En español la palabra ha evolucionado como «ogro». En la mitología romana la palabra Orcus es sinónimo de inframundo.
(9) Gabriel Falopio nacido en Módena, 1523-1562, también conocido por su nombre en latín Fallopius, fue uno de los más importantes anatomistas y médicos italianos del siglo XVI.
(10) Jan Baptiste van Helmont fue un químico, físico, alquimista, médico, y fisiólogo flamenco.
(11) Antiguamente se llamaba vitriolo a diversos minerales, principalmente al sulfato cúprico, que tiene semejanza con el vidrio, de ahí su nombre.
(12) Es increíble que con su agudeza de observación ya señalaba en su tiempo, algo que todavía ocurre en nuestros días con la Medicina del Trabajo, que en muchas ocasiones es vilipendiada por algunos colegas de otras especialidades.
(13) Aquí ya hace mención de lo que denominaríamos hoy Responsabilidad Social Empresaria, además de la propia responsabilidad del Médico Laboral como de la Higiene y Seguridad.
(14) Tal vez sean éstas las primeras menciones en la Historia de los Elementos de Protección Individual que hoy denominamos EPI.
(15) Ya recomendaba algunas Medidas Preventivas que lógicamente se usaban en su época. Lo que ilustra a las claras los conceptos humanitarios y de prevención del genial Ramazzini.
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